El apego en la infancia: la base de nuestra seguridad emocional
Todos nacemos con una necesidad fundamental: sentirnos seguros. Más allá de alimento, calor o descanso, lo que realmente permite que un bebé crezca con salud emocional es la presencia afectiva de una figura que lo vea, lo comprenda y lo sostenga. A eso lo llamamos apego.
¿Qué es el apego?
El apego es el vínculo afectivo profundo que se establece entre un niño o niña y sus figuras de cuidado principales. No es solo una conexión emocional, es una necesidad biológica: nacemos programados para buscar protección y cercanía, y cuando la encontramos de forma estable, se construye en nuestro interior una base segura desde la cual explorar el mundo.
La teoría del apego fue desarrollada por el psiquiatra y psicoanalista John Bowlby, y ampliada por la investigadora Mary Ainsworth. Ambos demostraron que la calidad del vínculo temprano con las figuras de apego tiene un impacto directo en el desarrollo emocional, social y cognitivo del niño.
El apego es el sistema innato que busca mantener la cercanía con una figura protectora, especialmente en momentos de miedo, estrés o necesidad. Si esa figura responde de forma coherente y sensible, el niño interioriza que el mundo es un lugar seguro y que él mismo merece ser querido.
¿Cómo se forma el apego?
Durante los primeros años de vida, los bebés no tienen palabras, pero sí emociones intensas y una enorme necesidad de regulación. No pueden calmarse solos. Por eso, cuando lloran, se alteran o sienten miedo, necesitan que alguien les ayude a recuperar el equilibrio: sus figuras de apego.
Este proceso se conoce como coregulación emocional: el adulto contiene y da sentido a las emociones del niño, ayudándole a entender que lo que siente no es demasiado, ni peligroso, ni algo que tenga que vivir en soledad.
Cuando esto ocurre de forma repetida —aunque no perfecta— se genera una sensación interna de seguridad. Esto no depende solo de cuánto se ama a un niño, sino de cómo se le ama: con presencia, con disponibilidad, con empatía.
Al contrario, si las respuestas son impredecibles, ausentes, intrusivas o confusas, el niño desarrolla estrategias adaptativas que le ayudan a sobrevivir emocionalmente… pero que más adelante pueden limitar su capacidad de vincularse con confianza.
Tipos de apego
Mary Ainsworth identificó en sus investigaciones distintos patrones de apego, que no son “mejores o peores”, sino formas de adaptación a un entorno emocional concreto:
Apego seguro
- El niño sabe que puede contar con su figura de apego cuando la necesita.
- Se muestra confiado, busca proximidad cuando tiene miedo, pero también explora el entorno con seguridad.
- Aprende que es válido sentir, pedir, esperar… y que puede recibir consuelo sin dejar de ser autónomo.
Apego evitativo
- Se desarrolla cuando la figura de apego es emocionalmente distante o no responde con sensibilidad al malestar.
- El niño aprende a minimizar o suprimir sus emociones, porque expresar lo que siente no obtiene una respuesta adecuada.
- Puede parecer “independiente”, pero en realidad se ha adaptado a no esperar consuelo.
Apego ansioso (o ambivalente)
- Aparece cuando la figura de apego responde de forma impredecible: a veces presente, a veces ausente, a veces incoherente.
- El niño se siente inseguro, y puede volverse demandante o hipervigilante con la atención del otro.
- Tiene miedo de que lo abandonen, y necesita constante confirmación de que está siendo visto y querido.
Apego desorganizado
- Se da en contextos donde la figura de apego también es fuente de miedo (por ejemplo, en casos de abuso, negligencia o trauma).
- El niño se encuentra en un conflicto imposible: quiere acercarse para buscar consuelo, pero también necesita alejarse para protegerse.
- Sus conductas pueden ser contradictorias, caóticas o desconectadas emocionalmente.
Apego y desarrollo emocional
El estilo de apego no afecta solo a las relaciones. Influye también en el desarrollo de la autoestima, la autorregulación emocional, la confianza en el entorno y la capacidad para afrontar la frustración.
Un apego seguro ayuda a construir una voz interna que dice: “está bien sentir”, “no estoy sola”, “puedo pedir ayuda”, “valgo incluso cuando me equivoco”.
Por el contrario, un apego inseguro puede generar una voz más crítica o temerosa: “no muestres lo que sientes”, “tienes que ser perfecta para que te quieran”, “no te fíes, no van a estar”, “mejor no dependas de nadie”.
¿Y en la adolescencia?
Durante la adolescencia, el sistema de apego se reorganiza. Ya no buscamos tanto la protección física de las figuras parentales, pero sí seguimos necesitando seguridad emocional. El grupo de iguales y las primeras relaciones amorosas se convierten en espacios donde se activan (y muchas veces se tensan) los modelos de apego que se construyeron en la infancia.
Si el apego ha sido seguro, el adolescente podrá separarse progresivamente con confianza. Si ha sido inseguro, puede haber reacciones extremas: dependencia emocional, rebeldía desconectada, miedo al rechazo o aislamiento afectivo.
Por eso, la adolescencia no es solo una etapa de transición: es una segunda gran oportunidad para revisar, reorganizar y resignificar el apego. Y también lo es la adultez.
El apego en la infancia no define todo, pero sí marca el inicio de cómo aprendemos a sentirnos en el mundo. Saber esto nos permite mirar nuestra historia con más comprensión y mirar la infancia de los demás —como madres, padres, profesionales o simplemente como adultos— con más responsabilidad afectiva.
Porque construir un apego seguro no significa hacerlo perfecto, sino estar disponibles, reparar cuando nos equivocamos, y transmitir con el cuerpo y la palabra: “estoy contigo, incluso cuando no estás bien”.

Si al leer sobre el apego has sentido que algo de tu historia resuena, que ciertas formas de relacionarte se repiten o que hay heridas emocionales que aún duelen, quizá sea el momento de empezar a trabajarlas desde un espacio seguro y acompañado.
En terapia podemos explorar juntas cómo se formaron esos patrones, qué sentido tuvieron en su momento y, sobre todo, cómo empezar a construir nuevas formas de estar contigo y con los demás.
Si te apetece iniciar este camino, puedes ponerte en contacto conmigo. Estaré encantada de acompañarte.